Los que me conocéis y habéis hablado conmigo de la «presunta crisis» en los últimos meses habréis comprobado que siempre defiendo la postura de que no existía ninguna crisis real a nivel nacional y que todo no es más que un efecto bola-de-nieve a fuerza de meter miedo e insistir desde los medios de comunicación. La gente que perdió su empleo durante la primera etapa de la mal llamada crisis fue mínima y pertenecía exclusivamente al sector de la construcción (esto no tiene nada que ver con ninguna crisis, sino con una regulación del mercado donde la oferta superaba con creces a la demanda en el tema de la construcción). Posteriormente a esta etapa real, donde sí hubo despidos, y que duró el verano de 2008, llegó un período donde la prensa hablaba de crisis no ya cada día, sino en cada una de las secciones (principalmente los diarios gratuitos o más influenciados por la publicidad, o los más sensacionalistas).
A fuerza de repetir la misma letanía una y otra vez consiguieron, no la bancarrota nacional, pero sí el miedo y la cautela de las empresas a la hora de invertir y de meterse en nuevos fregados donde no estaba muy claro cómo iban a salir (lo que hasta ese momento, y desde el 2001 había sido una tónica constante). Se terminaron las inversiones y los inventos. A partir de ahora, los experimentos, con gaseosa. Para mayor diversión, llega la historia de los bancos y de los ninjas, que la gente de a pie (de nuevo influenciada por los rebuznos de los «presuntos» expertos de la prensa escrita y hablada) relaciona directamente con el resto de sectores. Es decir, que tenemos tocados dos sectores: la construcción (de tiempo atrás) y la banca (arrastrada por la tendencia mundial de la banca estadounidense). Por otro lado, los detractores del gobierno, que intentan por todos los medios sacar los colores al gobierno, para que de una vez hable de «crisis». El gobierno insiste en aferrarse a todos los eufemismos que se le ocurren para no mencionar la bicha. Pero más por cansinismo que por tener razón, tanta charla insulsa de bar y de programa del corazón hace su mella entre la clase media del país, que empiezan a repetir como papagayos la palabra crisis, a pesar de que ninguno ha visto su vida alterada, ni han perdido el empleo, ni tampoco poder adquisitivo.
Toda esta bola de nieve artificial al final consigue su objetivo, y paraliza la economía por el miedo de la gente a invertir su dinero sobrante, y lo retienen por lo que pueda pasar. Si uno ha jugado alguna vez a «Burro», sabrá que al grito de «¡Burro!» todos deben pasar una carta al jugador de su derecha, o si no, el juego no funciona. Pues eso mismo ha pasado. Todo el mundo ha decidido quedarse con sus 4 cartas … y así no hay forma de jugar. Todos llevan buenas cartas, y todos podrían ganar … pero les da miedo pasar carta.
A lo largo de la historia de nuestra cultura se ha visto lo influenciable que es la plebe, no sólo por los altos poderes, sino por cualquiera que esté lo suficientemente cerca y sea capaz de hablar con algo de convencimiento (que no de sabiduría). Si medio país fue capaz de tragarse que Ricky Martín va escondiéndose en los armarios ¿por qué no iban a tragarse lo de la crisis? Además todo el mundo «conoce a alguien» que han despedido en este período, pero nadie se da cuenta que en nuestro vasto círculo de conocidos raro es el mes que no sabemos de alguien que haya perdido o cambiado de trabajo. Es decir, que lo que antes reconocíamos como algo normal y cotidiano, tras el presunto marco de crisis lo atribuimos ineludiblemente a la pobreza económica del país, sin darnos cuenta de que el ratio era exactamente el mismo que hasta ese momento y sin evaluar otros motivos seguramente más fiables y relacionados (contrato de obra, temporero o actividad de índole muy temporal, como los dependientes o reponedores). La culpa de todo la tiene la crisis. Y he aquí que nos vemos con que hemos conseguido transformar lo que antes no era más que un fantasma en algo real, lo que ha hecho que influye en nuestra vida personal y laboral y lo que está terminando por perjudicarnos.
Todo esto que he dicho no es sólo mi teoría, sino que es la teoría de bastantes personas que son capaces de razonar por sí mismas en lugar de repetir lo que dice el 20 Minutos. Mi opinión no es más que mis reflexiones y no tienen ninguna validez ni están fundamentadas por otra cosa que mis razonamientos y mi excepticismo para negarme a creer lo que carece de fundamento y lógica.
Por ello, me ha hecho ilusión poder leer lo mismo que yo acabo de expresar en varios párrafos en el blog de mi amigo blogger Francisco Hernández Marcos (tan excéptico en temas económicos y empresariales como lo soy yo) y con bastante más experiencia que yo en el estudio de mercados. Todo ello lo relata en un cuento que escuchó cuando tenía 15 años y que se aplica como anillo al dedo a todo lo que hemos comentado anteriormente.
«Érase una vez un hombre que vivía muy cerca de un importante cruce de caminos. Todos los días a primera hora de la mañana llegaba hasta allí donde instalaba un puesto en el cual vendía bocadillos que él mismo horneaba.
Como padecía sordera y su vista no era muy buena, no leía la prensa ni veía la televisión pero eso si… vendía exquisitos bocadillos.
Meses después alquiló un terreno, levantó un gran letrero de colores y personalmente seguía pregonando su mercancía, gritando a todo pulmón: ¡Compre deliciosos bocadillos calientes! Y la gente compraba cada día más y más.
Aumentó la compra de materia prima, alquiló un terreno más grande y mejor ubicado y sus ventas se incrementaron día a día. Su fama aumentaba y su trabajo era tanto que decidió llamar a su hijo, un importante empresario de una gran ciudad, para que lo ayudara a llevar el negocio.
A la llamada del padre su hijo respondió: ¿Pero papá, no escuchas la radio, ni lees los periódicos, ni ves la televisión? Este país está atravesando una gran crisis, la situación es muy mala, no podría ser peor.
El padre pensó: ¡Mi hijo trabaja en una gran ciudad lee los periódicos y escucha la radio, tiene contactos importantes… debe saber de lo que habla!
Así que revisó sus costos, compró menos pan y disminuyó la compra de cada uno de los ingredientes, dejando de promocionar su producto.
Su fama y sus ventas comenzaron a caer semana a semana.
Tiempo después desmontó el letrero y devolvió el terreno.
Aquella mañana llamó a su hijo y le dijo:
-¡Tenías mucha razón, verdaderamente estamos atravesando una gran crisis!»