Siguiendo con las cosas divertidas de ser funcionario, los funcionarios tenían ayuda para todo. Ayuda para el transporte (el ministerio te paga el abono), ayuda cultural (también te paga el cine), ayuda para hijos (el ministerio tiene su propia guardería, además de intentar conciliar la vida laboral con la familiar), ayuda para estudios, … También el ministerio ofrece periódicamente cursos a sus empleados. En mi caso, todos los que se ofertaron relacionados con la informática eran sumamente bajos, así que preferí optar por seminarios relacionados con la gestión de personas y seguridad, pero no tuve éxito. Al final acabé recibiendo un curso de Photoshop que consistía en un guíaburros (o wizard). Mientras yo tenía continuamente la sensación de estar perdiendo el tiempo, mis compañeros funcionarios se quejaban de que el nivel del curso era demasiado alto. Mis suspiros eran cada vez más altos y explícitos. No podía ser que estuviera viendo aquello en tiempo real. Otros compañeros cogieron cursos de ofimática tales como Word o Excel. Sí, trabajando en un departamento de sistemas.
Volviendo de nuevo al sistema de fichaje, en el ministerio era muy sencillo ficharle a un compañero que no estuviera, ya que sólo tenía que dejarte su tarjeta. De esta forma el compañero no tenía ni que aparecer, durante varios días si era necesario. El sistema de fichaje era mejorable en todos los aspectos. Por un lado, para que la gente no se olvidara de fichar la cosa era tan sencilla como poner torniquetes en la entrada, similar a los que hay en las oficinas de las empresas. Ello ayudaría a que nadie se olvidara nunca de fichar, ni al entrar ni al salir, y por otro lado ayudaría a saber quien se escaquea durante su jornada de trabajo.
Según cuentan, en cierto momento se pusieron, pero no duraron ni 3 meses ya que los funcionarios sí protestaron (esta vez muy activamente) ante las medidas de acoso y vigilancia los que se les sometía y decidieron dejar de trabajar hasta que se retiraran. En este caso, la «patronal» se vio «obligada» a ceder y retirar los torniquetes (lo normal en cualquier empresa es que los torniquetes se hubieran quedado, y al que no le gustaran ya sabía lo que tenía que hacer). En otras empresas, hay un sistema mucho más sólido de fichaje: la huella dactilar. Sin embargo, como se suele decir, «en casa del herrero …».
El ministerio de Industria tiene uno de los sistemas más inefectivos y débiles de fichaje que existen, y que permiten facilmente ser trampeados. Prueba de ello es que en varias ocasiones tuve ocasión de ver funcionarias con tacos de 20-30 tarjetas fichando por sus compañeros, especialmente en verano. Esto ni siquiera era un secreto a voces. Era lo habitual, así que todo el sistema de seguridad parecía una especie de comparsa donde los responsables se hacían los locos y los funcionarios se movían sin pasar de esos amplios límites, por acuerdo tácito.
El tema de la cafetería da para un capítulo aparte. La gran cafetería de Industria es como una inmensa sala de reuniones/punto de encuentro. Allí era bastante más fácil encontrar a un funcionario a cualquier hora del día que en su puesto de trabajo, llegando incluso a saturarse en algunos momentos de cada día.
Durante mi estancia en Industria coincidí con el gran día de la huelga de funcionarios (la primera vez que se les recortó un 5% del sueldo). En un primer momento todos dijeron de hacer huelga y parar el ministerio. Entonces el ministerio decidió que sí, que se podía hacer huelga, pero de verdad. Que todo el que faltara el día D se le restarían 100 euros a su nómina, y que para poder hacer un seguimiento de la huelga real, ese día habría que firmar en un libro como cosa especial. Todos los que iban a hacer huelga perdieron el interés viendo que tendrían que hacerla de verdad, cosa a la que no estaban demasiado dispuestos. Como consecuencia, el día de la huelga el ministerio se llenó de gente desconocida, que por lo visto trabajaba allí pero que de normal no venía. Y es que el edificio del ministerio está preparado para acoger a un 50% del funcionariado a diario, siendo un gran problema si todos acuden a trabajar a la vez, como ese día ocurrió. Mesas compartidas por varios trabajadores, la cafetería abarrotada durante todo el día y un caos que impidió trabajar.
Como lo de hacer huelga activa se vio que era caro para el bolsillo, se decidió hacer parones a las 12 del mediodía durante varios días como muestra de rechazo a la rebaja. La realidad es que no se notó, ni en el trabajo a sacar adelante, ni en ningún otro factor. En definitiva, fue la forma que tanto funcionarios como sindicatos tuvieron para contentarse consigo mismos, como para decir «hice algo pero aún así me quitaron el 5%». En fin, una forma como cualquier otra de perder tiempo.
La procastinidad era el trabajo de cada día. El hecho de tener Internet en cada equipo era la manera de acceder a juegos online más allá del típico Buscaminas (del cual teníamos a un gran campeón en nuestro departamento, ya que llevaba varios años entrenándose a raíz de 4-5 horas diarias). De hecho, nunca llegué a entender como un juego tan simplón podía dar tanto de si. Los funcionarios no tenían prácticamente ninguna página capada así que se podían hacer todas las barbaridades que uno imaginara con Internet.
Teníamos un caso especialmente sangrante de un sindicalista que cada día enviaba A TODO EL MINISTERIO una carta-post de tonterías que sólo le importaban a él. La cuestión es que al ser funcionario-sindicalista no podíamos decirle que no se podía usar el correo para esas gilipolleces, y que había mucha gente (la inmensa mayoría del ministerio) a quien no le interesaban sus pajas mentales. Y este señor tenía la peculiaridad de que desconocía que los emails tenían asunto y cuerpo, metiendo íntegramente el total del texto en el campo del asunto, por lo que le quedaban unos emails la mar de pintorescos y el filtro anti-spam de los servidores de correo se volvía loco.
Otra cosa curiosa e interesante es que uno de los complementos que existe en la nómina es el de productividad. Y tú, inocente lector, te preguntarás como se puede valorar la productividad de alguien de acuerdo a todo lo ya comentado aquí. Pues obviamente la respuesta es que no se puede. Así que en vez de valorar la productividad, se valoran otros criterios como la hora de entrada, repartiendo 100-150 euros adicionales de acuerdo a dicho criterio. He visto llorar a funcionarias por no recibir dicho complemento (pese a estar más tiempo ausentes que en el trabajo), porque según ellas no se las valoraba lo suficiente. Aquí es cuando uno llega a tales tintes surrealistas que empieza a dudar de si está acudiendo al rodaje de la secuela de «Amanece que no es poco».
Nuestro departamento tenía unas muy buenas vistas del Paseo de la Castellana, lo que nos permitía enterarnos de todo lo que ocurría en el patio de Industria. Cada 2-3 días tocaba manifestación de algo. Un día los agricultores canarios (nos regalaron un montón de plátanos gratis, ¡gracias!), otro día los mineros, otro día los del sector automovilístico, … incluso un día pudimos ver a un grupo de chusma (no más de 10-15 personas) plañidear sobre algo que no tenían para comer. Eran Lolita y compañía, que habían venido a protestar porque le ¿copiaban? sus discos. Fue el único día que el ministro recibió a los manifestantes, y además en su despacho (eran los tiempos de Miguel Sebastián-PSOE), y también fue la protesta más estúpida y sin-sentido que tuve oportunidad de ver.
Un proyecto que me tocó realizar e implantar durante mi estancia es un plan de ahorro de energía, el cual consistía en que una empresa iba a hacer un seguimiento del tiempo de uso de cada ordenador del ministerio, porque «habían observado que nadie apagaba su ordenador al irse, lo cual era un despilfarro de electricidad». Pues bien, la tónica del ministerio era esa, no apagar nunca el ordenador bajo ningún concepto, ni siquiera la pantalla. De hecho todo el mundo parecía desconocer que Windows tenía un sistema de ahorro de energía. Apagar el ordenador tenía varias desventajas, y es que al día siguiente tardaba mucho en arrancar, y claro, no se podía fichar inmediatamente cuando uno llegaba. Por otro lado, dejar el ordenador encendido, de alguna manera hacía dudar si el funcionario seguía en el ministerio o se había marchado a casa. Así que lo más cómodo era dejarlo puesto.
Y ante la falta de responsabilidad de los trabajadores para ahorrar dinero y energía, el señor ministro en un atisbo de querer ser verde y respetuoso con el medio ambiente decidió gastar aún más dinero en contratar a una empresa que hiciera lo que todo el mundo debería haber hecho por iniciativa propia y apagar los ordenadores cuando no los estuvieran utilizando. Lo que presuntamente era un ahorro a largo plazo, se veía claramente que no iba a tener ningún impacto sobre los hábitos de los trabajadores, pero que sin embargo iba a ser una fiesta muy cara. Lo cual desembocó en un nuevo problema, ya que si se apagaban los ordenadores siguiendo el patrón de uso de los funcionarios (que curiosamente reflejó el auténtico horario que seguían, como ya he comentado antes), se fastidiaba a los externos, que tenían jornadas sensiblemente más largas que los demás. Apagarle a alguien el ordenador por norma a las 18.30 era salvaje, ya que no se estaba respetando su trabajo, y además, que nadie se quedaba por gusto a trabajar. Así que de nuevo otra falta de tacto para con los externos que eran los auténticos salvadores del ministerio día a día.
CONCLUSIONES
Por suerte para todos, no todas las administraciones funcionan así, y si el sistema funciona mínimamente, es porque hay gente que sí hace su trabajo. Sin embargo, el peso de los externos para que esto suceda es demasiado alto. Por otro lado, la situación de los funcionarios está cambiando drásticamente, y el único paso que queda por dar es que sea posible echarlos, cosa que a fecha de hoy aún no es posible. Sin embargo, el estado está incentivando por todas las maneras que ser funcionario deje de ser un atractivo para la ciudadanía, con rebajas de sueldos, penalización de las condiciones de trabajo, horarios, convocatorias con muy pocas plazas, y tasas de reciclado-reposición muy bajas (1/10 o menos).
Mi visión es que todo el mundo debería poder ser funcionario al menos un año en su vida. Se aprende mucho de como funciona el sistema, y aunque por desgracia mi experiencia no fue todo lo aprovechable que debiera, si pude ver el trabajo real que se saca adelante en un ministerio. Por contra, me sirvió para sacar algunos proyectos personales adelante, hacer un Máster, y dedicarme a investigar algunas tecnologías para las que habitualmente no tengo tiempo. No considero el año perdido totalmente, pero laboralmente no me aportó demasiado. Sin embargo, me llenó de ricas experiencias para contar a mis amistades, y ahora puedo decir con conocimiento de causa que Forges no es ningún exagerado. Al contrario: se queda corto.
Os dejo con algunos chistes suyos que reflejan todo lo que hemos comentado.
(Sí, también tenía un compañero que dormía la siesta así, y era un problema el avance de las pantallas de tubo a las nuevas, porque en los monitores TFT la cabeza no se mantiene)
Existen seminarios con nombres tan rimbombantes y paradójicos como este, palabra.
Respuesta: no la hay
La siesta es a las 4. Lo sabe todo el mundo.
Si alguien se aburre, que lea el convenio del empleado público y que llore.