Pues finalmente ya empezamos a ver para qué sirve eso de la LSSI que vimos entrar en juego hace algunos años en tiempo de Piqué. La SGAE no tiene nada mejor que hacer que seguir en su campaña de cuasi-extorsión y caciquismo buscando aquellos que bajo su muy particular y discutible criterio no pasan por caja debidamente. Poco parece importarle que los denunciados usen música copyleft, o simples enlaces a otras webs, cosa que la LSSI sí permite sin que eso suponga delito alguno. Parece una campaña desesperada y suicida para obtener por la vía civil lo que no han conseguido por la vía penal (recurso ya agotado, pues cualquier juez en cuanto les ve venir con la cantinela de siempre, falla automáticamente en su contra a tenor de los últimos juicios celebrados). Y es que, como todos sabemos, hay maneras, y maneras, de hacer las cosas. El juego limpio nunca ha sido una característica de la SGAE, como injustas eran sus demandas y pretensiones desde el principio.
Resulta curioso, leyendo algunos sitios que han recogido la noticia, como la SGAE intenta justificarse intentando quitarle hierro al asunto, con argumentos endebles y faltos de sinceridad, tales como hablar de «puestas en conocimiento» en lugar de denuncias, aunque el real decreto 1398/1993 habla precisamente de ley como puesta en conocimiento. Y como esa, todas. No hay peor cosa que ir de lobo intentando parecer víctima. Por suerte, están metidos en el ajo tanto Carlos Sánchez Almeida como David Bravo. Digo por suerte, porque cuando uno coge para estos casos a un abogado poco preparado en propiedad intelectual o derecho de Internet, es fácil caer vencido sin saber ni como defender una causa que se defiende por si sola, precisamente por carecer de pruebas por parte de la acusación (que intenta colgar el mochuelo a la defensa y que sea esta la que tenga que demostrar su inocencia, siendo al contrario) y por ir no hacer una interpretación justa y real de lo que dice la ley, que aunque en otros aspectos no es clara, en estos sí lo es, y establece claramente lo que es piratería de lo que no, y lo que es un contenido y lo que es un enlace al contenido. Sin embargo la SGAE suele intentar confundir al juez mezclando todos los términos a la vez, y aprovechándose de que el juez que instruye el caso no suele distinguir estos conceptos por ser relativamente modernos.
Y hecha esta introducción, hagamos un análisis de los beneficios que ha tenido en la sociedad todas esas ventajas que brindaría identificar al prestador de los servicios. En los inicios de la ley, la primera medida que provocó la aparición de dicha ley fueron protestas por parte de los internautas (que Piqué convenientemente desoyó) y el cierre de algunas webs como rechazo, webs que no han vuelto a abrir desde entonces. Pero todo sea por terminar con los timos de las melodías de los móviles y los servicios de marcación especial. Si eso se hubiera conseguido, el esfuerzo hubiera valido la pena … pero tampoco. Hoy la gente sigue recibiendo costosos SMS sin desearlo, sigue recibiendo spam en sus cuentas de correo, y sigue habiendo multitud de timos con el teléfono móvil de protagonista. De hecho, los que ya no operan con timos y falsas promociones en Internet no es porque se hayan cansado, es porque han visto en los falsos concursos de TV un filón mucho mayor y más limpio, y fuera del ámbito de la LSSI, por lo que pueden seguir haciendo su agosto.
Recapitulando pues, de nada ha servido este aspecto de la LSSI. De momento, no protege nada ni a nadie, y pocos beneficios ha aportado. Y ahora vamos a la parte negativa. ¿Qué nos ha quitado? ¿en qué nos ha perjudicado? Pues muchos dirían: «en nada». Y no les faltaría razón. Pero desde el principio he tenido la sensación de que la LSSI era una especie de comodín que usar cuando no hubiera forma de meterle mano a una web por otro lado. Y no me he equivocado. A la SGAE se le han terminado el resto de cartas, y ha decidido hacer uso de los comodines, que en cierto sentido no son más que argumentos ad-hominem. Como no puedo rebartirte tu derecho a tener música copyleft, te voy a denunciar por la LSSI. Yo no sacaré nada, pero a ti te fastidio, para que veas quien soy. Y de paso me saco tus datos por la patilla, dejando al estado que haga el trabajo sucio. Y es aquí cuando se empieza a ver la verdadera (y me atrevería a decir que también única) utilidad de este aspecto de la LSSI. Porque cuando una web es denunciada por vulnerar la LSSI, lo lógico sería que en primera instancia se le amonestara, dándole un plazo de 15 días para corregir aquellos datos no recogidos en la web del denunciado (caso de ser necesario, ya que no siempre lo es). Pero en lugar de eso, pasamos directamente al plato fuerte, el de las multas. Y es que las multas no son cosa baladí. En los casos que se están viendo estos últimos días, la cosa anda entre los 900 y los 1500 Euros. Joder con el tirón de orejas, me sale más a cuenta delinquir y robar algo. La multa desde luego sería mucho inferior y no tendría ni que ir a juicio. Pero esto es como siempre, el país del Lacasito, donde el que hace mucho paga poco y viceversa.
El aspecto moral de esta manera de obrar es, a todas luces, bajo e indignante. Es equivalente a pedirle una navaja a tu adversario para después clavársela. No tiene justificación ninguna, y a la SGAE tampoco parece importarle el daño económico tan fuerte que le hace a sus perseguidos con tal de salirse con la suya. Si la gestión de la SGAE está en entredicho, su forma de recaudar dinero no dista mucho de la del sheriff de Nottingham en Robin Hood.
Yo no estoy nada de acuerdo con la aplicación tan laxa que se hace hoy en día del derecho a copia privada. que también se pensó inicialmente para proteger al individuo y al final ha desembocado en un claro abuso, pero viendo como las gastan los autodenominados defensores de la cultura, tampoco podría criticar demasiado a los primeros por pensar que viven en Antigua y que todo es «atacar, saquear y robar como una comadreja hasta reventar» (Jack Sparrow dixit). Tan reprochable me parece pasarse por el arco del triunfo las licencias y métodos de difusión del autor como el de censurar cualquier contenido «porque yo lo valgo» (posiblemente el lema de la SGAE propuesto para 2010). Si echamos la vista atrás e intentamos ver quien empezó con este tinglado, quien lanzó la primera piedra, no queda duda de que fue la industria del ocio, la que de forma unilateral y obligada forzaba al consumidor en los años 80 a pasar por el aro tantas veces como fuera necesario. ¿Que se te ha roto tu vinilo? Te lo compras otra vez. ¿Que se te ha rayado? Te lo compras otra vez. ¿Que sale el mismo disco con más canciones? Te lo compras otra vez. ¿Que ahora viene con las letras de canciones? Te lo compras otra vez. ¿Que quieres llevar una copia en el coche y tener otra en casa? Obviamente, te lo compras otra vez.
Este maltrato constante al cliente desembocó a que cuando la tecnología estuvo al alcance de todos (primero con las pletinas y luego con las grabadoras de cd) ya no pasaba por caja ni el Tato. ¿Qué había hecho la industria por nosotros? ¿Cuando nos había respetado? La venganza vino con justicia y rapidez. Los contenidos empezaron a fluir a lo grande. Y eso que aún no existía Internet como lo conocemos ahora, pero daba igual, porque los contenidos pasaban de mano en mano. Como todos dábamos por sentado que al autor no le llegaba prácticamente nada de cada disco vendido y que la diferencia entre comprarlo o no para el autor era mínima, se impuso como forma de remuneración asistir a los conciertos, en los que parecía que por un lado el artista se lo curraba y por otro, le llegaba más dinero de cada venta que vendiendo discos. Los grupos que se lo montaron bien e hicieron giras, sacaron (y sacan) bastante dinero. Y es que a la gente le gusta la música en vivo, y ver que a cambio de su dinero están recibiendo algo único, y con un trabajo real del artista comprobable. Y he aquí que se elimina al intermediario (SGAE y discográficas, pero más la SGAE). Y al intermediario no le gusta que le releguen, aunque sea consciente de que no aporte absolutamente nada a ninguna de las dos partes de la transacción. Lo importante es seguir. Así que empiezan las denuncias a conciertos y festivales. Al principio de forma aislada y más o menos silenciosas. Pero con la sucesión de varias meteduras de pata seguidas (cobro de festivales benéficos, destinados a asociaciones de discapacitados y otras causas igualmente loables, así como fiestas populares) la SGAE empieza a hacer bastante ruido y a volverse completamente impopular. Para lavar su imagen incluso llegaron a acudir a Gomaespuma, quienes les entrevistaron para darles oportunidad de explicar su chiringuito. Y no pudieron, ya que hay cosas que no se pueden explicar porque sencillamente, no son explicables.
Desde entonces hasta hoy el camino de la SGAE ha sido cuesta abajo. Hace algunos años decidieron renunciar a la popularidad, viendo que era un campo perdido completamente y se lanzaron a hacer dinero dando igual la forma o el método (total, si ya somos malos, para qué esconderse). Algunas técnicas de disuasión aplicadas a locales y hosteleros superan ampliamente el acoso. Cualquiera que haya hecho tratos o negocios convendrá con que no es buen método para establecer una buena relación comercial empezar hostigando a la otra parte. Eso hace que la relación empiece con mal pie. A no ser que no nos importe para nada lo que piense la otra parte, sino solamente su dinero (vuelvo a lo del sheriff de Nottingham).
Antes he mencionado a Carlos Sánchez Almeida y a David Bravo. Carlos Sánchez Almeida para mí es alguien bastante respetado y con bastantes razones para ello, pues ha hecho más bien por la seguridad y libertad de los internautas y usuarios de ordenadores. Desde hace muchos años se ha dedicado a defender personas en juicios (de hecho, nunca le he visto como acusación, siempre como defensa) y siempre ha logrado desmontar a la acusación con brillantes argumentos que en ocasiones rozan lo perogrullesco para alguien que aplique la lógica, pero que al juez se le suelen escapar, por pertenecer al dominio de lo informático.
De David Bravo, tengo un sabor agridulce. Es una de cal y otra de arena. Hubo un tiempo en que se dejaba ver demasiado en televisión y prensa, más o menos en la línea de Víctor Domingo, pdte de la Asociación de Internautas. Aunque no se puede negar que a Víctor le entusiasman las cámaras más que a un tonto un lápiz, digamos que se lo perdonaba porque se trataba de la cara visible de la AI, y para una asociación siempre es bueno que su representante se deje ver mucho y que cope los micrófonos siempre que pueda. En el caso de David, me dio la impresión de que durante unos años también se esforzaba demasiado por hacerse el núcleo de las cámaras y de darse un poco de bombo, promocionándose a si mismo como el abogado de las causas sobre derechos de autor e Internet. Tanto esfuerzo en hacerse publicidad no me hacía mucha gracia, desde el punto que es la misma técnica que usa Enrique Dans. Sin embargo he de reconocer que David hace un gran trabajo, y como abogado no sólo es bueno, sino que tiene labia para exponer sus argumentos. Así que tiene un lado mejor y otro peor. Intentaré quedarme con el mejor.
Y ya está. Hoy tocaba artículo de opinión y ensayo. A los que hayáis llegado hasta el final, enhorabuena.
Resulta curioso, leyendo algunos sitios que han recogido la noticia, como la SGAE intenta justificarse intentando quitarle hierro al asunto, con argumentos endebles y faltos de sinceridad, tales como hablar de «puestas en conocimiento» en lugar de denuncias, aunque el real decreto 1398/1993 habla precisamente de ley como puesta en conocimiento. Y como esa, todas. No hay peor cosa que ir de lobo intentando parecer víctima. Por suerte, están metidos en el ajo tanto Carlos Sánchez Almeida como David Bravo. Digo por suerte, porque cuando uno coge para estos casos a un abogado poco preparado en propiedad intelectual o derecho de Internet, es fácil caer vencido sin saber ni como defender una causa que se defiende por si sola, precisamente por carecer de pruebas por parte de la acusación (que intenta colgar el mochuelo a la defensa y que sea esta la que tenga que demostrar su inocencia, siendo al contrario) y por ir no hacer una interpretación justa y real de lo que dice la ley, que aunque en otros aspectos no es clara, en estos sí lo es, y establece claramente lo que es piratería de lo que no, y lo que es un contenido y lo que es un enlace al contenido. Sin embargo la SGAE suele intentar confundir al juez mezclando todos los términos a la vez, y aprovechándose de que el juez que instruye el caso no suele distinguir estos conceptos por ser relativamente modernos.
Y hecha esta introducción, hagamos un análisis de los beneficios que ha tenido en la sociedad todas esas ventajas que brindaría identificar al prestador de los servicios. En los inicios de la ley, la primera medida que provocó la aparición de dicha ley fueron protestas por parte de los internautas (que Piqué convenientemente desoyó) y el cierre de algunas webs como rechazo, webs que no han vuelto a abrir desde entonces. Pero todo sea por terminar con los timos de las melodías de los móviles y los servicios de marcación especial. Si eso se hubiera conseguido, el esfuerzo hubiera valido la pena … pero tampoco. Hoy la gente sigue recibiendo costosos SMS sin desearlo, sigue recibiendo spam en sus cuentas de correo, y sigue habiendo multitud de timos con el teléfono móvil de protagonista. De hecho, los que ya no operan con timos y falsas promociones en Internet no es porque se hayan cansado, es porque han visto en los falsos concursos de TV un filón mucho mayor y más limpio, y fuera del ámbito de la LSSI, por lo que pueden seguir haciendo su agosto.
Recapitulando pues, de nada ha servido este aspecto de la LSSI. De momento, no protege nada ni a nadie, y pocos beneficios ha aportado. Y ahora vamos a la parte negativa. ¿Qué nos ha quitado? ¿en qué nos ha perjudicado? Pues muchos dirían: «en nada». Y no les faltaría razón. Pero desde el principio he tenido la sensación de que la LSSI era una especie de comodín que usar cuando no hubiera forma de meterle mano a una web por otro lado. Y no me he equivocado. A la SGAE se le han terminado el resto de cartas, y ha decidido hacer uso de los comodines, que en cierto sentido no son más que argumentos ad-hominem. Como no puedo rebartirte tu derecho a tener música copyleft, te voy a denunciar por la LSSI. Yo no sacaré nada, pero a ti te fastidio, para que veas quien soy. Y de paso me saco tus datos por la patilla, dejando al estado que haga el trabajo sucio. Y es aquí cuando se empieza a ver la verdadera (y me atrevería a decir que también única) utilidad de este aspecto de la LSSI. Porque cuando una web es denunciada por vulnerar la LSSI, lo lógico sería que en primera instancia se le amonestara, dándole un plazo de 15 días para corregir aquellos datos no recogidos en la web del denunciado (caso de ser necesario, ya que no siempre lo es). Pero en lugar de eso, pasamos directamente al plato fuerte, el de las multas. Y es que las multas no son cosa baladí. En los casos que se están viendo estos últimos días, la cosa anda entre los 900 y los 1500 Euros. Joder con el tirón de orejas, me sale más a cuenta delinquir y robar algo. La multa desde luego sería mucho inferior y no tendría ni que ir a juicio. Pero esto es como siempre, el país del Lacasito, donde el que hace mucho paga poco y viceversa.
El aspecto moral de esta manera de obrar es, a todas luces, bajo e indignante. Es equivalente a pedirle una navaja a tu adversario para después clavársela. No tiene justificación ninguna, y a la SGAE tampoco parece importarle el daño económico tan fuerte que le hace a sus perseguidos con tal de salirse con la suya. Si la gestión de la SGAE está en entredicho, su forma de recaudar dinero no dista mucho de la del sheriff de Nottingham en Robin Hood.
Yo no estoy nada de acuerdo con la aplicación tan laxa que se hace hoy en día del derecho a copia privada. que también se pensó inicialmente para proteger al individuo y al final ha desembocado en un claro abuso, pero viendo como las gastan los autodenominados defensores de la cultura, tampoco podría criticar demasiado a los primeros por pensar que viven en Antigua y que todo es «atacar, saquear y robar como una comadreja hasta reventar» (Jack Sparrow dixit). Tan reprochable me parece pasarse por el arco del triunfo las licencias y métodos de difusión del autor como el de censurar cualquier contenido «porque yo lo valgo» (posiblemente el lema de la SGAE propuesto para 2010). Si echamos la vista atrás e intentamos ver quien empezó con este tinglado, quien lanzó la primera piedra, no queda duda de que fue la industria del ocio, la que de forma unilateral y obligada forzaba al consumidor en los años 80 a pasar por el aro tantas veces como fuera necesario. ¿Que se te ha roto tu vinilo? Te lo compras otra vez. ¿Que se te ha rayado? Te lo compras otra vez. ¿Que sale el mismo disco con más canciones? Te lo compras otra vez. ¿Que ahora viene con las letras de canciones? Te lo compras otra vez. ¿Que quieres llevar una copia en el coche y tener otra en casa? Obviamente, te lo compras otra vez.
Este maltrato constante al cliente desembocó a que cuando la tecnología estuvo al alcance de todos (primero con las pletinas y luego con las grabadoras de cd) ya no pasaba por caja ni el Tato. ¿Qué había hecho la industria por nosotros? ¿Cuando nos había respetado? La venganza vino con justicia y rapidez. Los contenidos empezaron a fluir a lo grande. Y eso que aún no existía Internet como lo conocemos ahora, pero daba igual, porque los contenidos pasaban de mano en mano. Como todos dábamos por sentado que al autor no le llegaba prácticamente nada de cada disco vendido y que la diferencia entre comprarlo o no para el autor era mínima, se impuso como forma de remuneración asistir a los conciertos, en los que parecía que por un lado el artista se lo curraba y por otro, le llegaba más dinero de cada venta que vendiendo discos. Los grupos que se lo montaron bien e hicieron giras, sacaron (y sacan) bastante dinero. Y es que a la gente le gusta la música en vivo, y ver que a cambio de su dinero están recibiendo algo único, y con un trabajo real del artista comprobable. Y he aquí que se elimina al intermediario (SGAE y discográficas, pero más la SGAE). Y al intermediario no le gusta que le releguen, aunque sea consciente de que no aporte absolutamente nada a ninguna de las dos partes de la transacción. Lo importante es seguir. Así que empiezan las denuncias a conciertos y festivales. Al principio de forma aislada y más o menos silenciosas. Pero con la sucesión de varias meteduras de pata seguidas (cobro de festivales benéficos, destinados a asociaciones de discapacitados y otras causas igualmente loables, así como fiestas populares) la SGAE empieza a hacer bastante ruido y a volverse completamente impopular. Para lavar su imagen incluso llegaron a acudir a Gomaespuma, quienes les entrevistaron para darles oportunidad de explicar su chiringuito. Y no pudieron, ya que hay cosas que no se pueden explicar porque sencillamente, no son explicables.
Desde entonces hasta hoy el camino de la SGAE ha sido cuesta abajo. Hace algunos años decidieron renunciar a la popularidad, viendo que era un campo perdido completamente y se lanzaron a hacer dinero dando igual la forma o el método (total, si ya somos malos, para qué esconderse). Algunas técnicas de disuasión aplicadas a locales y hosteleros superan ampliamente el acoso. Cualquiera que haya hecho tratos o negocios convendrá con que no es buen método para establecer una buena relación comercial empezar hostigando a la otra parte. Eso hace que la relación empiece con mal pie. A no ser que no nos importe para nada lo que piense la otra parte, sino solamente su dinero (vuelvo a lo del sheriff de Nottingham).
Antes he mencionado a Carlos Sánchez Almeida y a David Bravo. Carlos Sánchez Almeida para mí es alguien bastante respetado y con bastantes razones para ello, pues ha hecho más bien por la seguridad y libertad de los internautas y usuarios de ordenadores. Desde hace muchos años se ha dedicado a defender personas en juicios (de hecho, nunca le he visto como acusación, siempre como defensa) y siempre ha logrado desmontar a la acusación con brillantes argumentos que en ocasiones rozan lo perogrullesco para alguien que aplique la lógica, pero que al juez se le suelen escapar, por pertenecer al dominio de lo informático.
De David Bravo, tengo un sabor agridulce. Es una de cal y otra de arena. Hubo un tiempo en que se dejaba ver demasiado en televisión y prensa, más o menos en la línea de Víctor Domingo, pdte de la Asociación de Internautas. Aunque no se puede negar que a Víctor le entusiasman las cámaras más que a un tonto un lápiz, digamos que se lo perdonaba porque se trataba de la cara visible de la AI, y para una asociación siempre es bueno que su representante se deje ver mucho y que cope los micrófonos siempre que pueda. En el caso de David, me dio la impresión de que durante unos años también se esforzaba demasiado por hacerse el núcleo de las cámaras y de darse un poco de bombo, promocionándose a si mismo como el abogado de las causas sobre derechos de autor e Internet. Tanto esfuerzo en hacerse publicidad no me hacía mucha gracia, desde el punto que es la misma técnica que usa Enrique Dans. Sin embargo he de reconocer que David hace un gran trabajo, y como abogado no sólo es bueno, sino que tiene labia para exponer sus argumentos. Así que tiene un lado mejor y otro peor. Intentaré quedarme con el mejor.
Y ya está. Hoy tocaba artículo de opinión y ensayo. A los que hayáis llegado hasta el final, enhorabuena.